Las voces de las comunidades campesinas e indígenas sobre la resolución de conflictos territoriales y de acceso al agua

La implementación de una herramienta de trabajo como es el mapeo participativo, en la resolución pacífica de casos relacionados con conflictos territoriales y el acceso al agua, fue el principal tema que se abordó durante el foro “Acceso de poblaciones rurales a la tierra y al agua”  en el Chaco Trinacional que se desarrolló días atrás en Buenos Aires, organizado por FUNDAPAZ, y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), con el objetivo de facilitar la formulación de nuevos procesos en otros escenarios, y potenciar las acciones impulsadas por los estados y la sociedad civil.

Durante el encuentro representantes de comunidades campesinas e indígenas contaron sus experiencias relacionada con los cuatro casos que se presentaron: el acceso a la tierra y al territorio de comunidades indígenas y familias campesinas en los ex lotes fiscales 55 y 14 en Santa Victoria Este, Salta; a los territorios indígenas en el Chaco Tarijeño boliviano; la regularización territorial de 21 familias del paraje de Garza en Santiago del Estero, que resolvieron su situación en diálogo con un titular privado; y la creación de la Mesa de Agua en el departamento de Rivadavia en Salta.

Al referirse al caso de Santa Victoria Este, Rogelio Segundo, tesorero de la organización wichí Lhaka Honhat, contó: “el mapa nos sirvió para que cada comunidad sepa hasta dónde era su tierra, por ejemplo, y estos mismos mapas los presentamos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que le exija al Estado actuar en este caso”.

En relación al trabajo que se realizó para obtener información sobre la necesidad de agua en la zona de Los Blancos, al norte de Salta, Rebeca Soraire, secretaria de la Zonal Campesina de esa localidad explicó que se tuvieron que capacitar para el uso de las herramientas de mapeo. “Al principio desconfiábamos un poco del uso de los GPS, hasta que descubrimos que podía ser de gran ayuda. El mapeo nos mostró la gravedad de nuestra propia situación, ya que por ejemplo de 130 familias de la comunidad, 120 tenían problemas de tierra, y todas estaban sin agua”, señaló.

Al precisar el contexto en el que se utiliza, Gabriel Seghezzo, director Ejecutivo de la Fundación destacó que “el mapeo participativo es una herramienta que se aplica en zonas en las que no hay mapas. Allí, las personas recorren el territorio que habitan, y marcan las distintas características del terreno. Con esa información luego se producen mapas, que les permiten salir de una visión personal del problema para ver que son problemas de muchos, de toda la zona, y eso cambia las cosas», aseguró.

Por su parte la antropóloga Chiara Scardozzi, quien estuvo a cargo de la sistematización de los casos destacó que “es un modelo que produce conocimiento a distintos niveles: a la comunidad le brinda sus propios datos cuantitativos y cualitativos. Hacia afuera sienta las bases para las soluciones en conjunto, porque la información de los mapas es transparente, las partes las consideran neutral, esto es lo valioso».

Entre otras autoridades, participaron del foro Cintia Guzmán, representante de FIDA Cono Sur, la subsecretaria nacional de Hábitat y Desarrollo Comunitario, Marina Klemenciewicz; Nora Lucioni, responsable del área SIG del ministerio de Agroindustria; el ministro de Asuntos Indígenas y Desarrollo Comunitario de Salta, Luis Gómez Almaras; el constitucionalista, Daniel Sabsay y el  secretario ejecutivo de la Reunión Especializada de Agricultura Familiar del Mercosur (REAF), Lautaro Viscay.

También hicieron su aporte Paola Marozzi y Martín Simón de FUNDAPAZ, quienes comentaron los aspectos metodológicos del mapeo; Cristian Venencia de la iniciativa Land Matrix al referirse a los mapas que muestran las grandes transacciones de tierra en América Latina y el Caribe; Zulema Burneo de la International Land Coalition (ILC- ALC) quien presentó el rol que cumple la coalición en los procesos de acceso a la tierra y al agua en la región; y Martin Coria del Servicio Mundial de Iglesias (CWS) en América Latina y el Caribe quien contó el apoyo que brinda la entidad a comunidades y organizaciones de campesinos.

La presentación del libro “Ambiente y pueblos indígenas”, a cargo de Juan Rodrigo Walsh, de la Universidad Católica de Salta, y María Cristina Garros Martínez; ponencias sobre los contextos legales y regionales de estos temas, y los aprendizajes que dejaron los casos completaron la agenda del foro.

Criollos e indígenas, en sus tierras

Debate

Criollos e indígenas, en sus tierras

Carlos Reboratti

Carlos Reboratti

Carlos Reboratti

Uno de los grandes problemas de nuestro país es la existencia de grandes fragmentos de tierra cuya propiedad es sujeto de disputas y controversias, y dentro de ellas las más complejas son las que se producen en tierras fiscales, en su mayoría ubicadas en áreas de ambiente difícil y social y económicamente marginadas del proceso de desarrollo. Dentro de este panorama, un hecho aparece como singular: este 26 de mayo, el gobierno de la provincia de Salta realizó una ceremonia en la comunidad de La Merced, a pocos kilómetros de Santa Victoria Este, donde se entregaron escrituras de tierra a productores ganaderos criollos del chaco salteño.

Esta pequeña noticia esconde algo de gran importancia: la culminación de uno de los más grandes procesos en el país de regularización de tierra fiscal a favor de comunidades indígenas y criollas: 643.000 hectáreas de los llamados lotes 55 y 14 del Departamento Rivadavia de esa provincia, una superficie 20 veces más grande que la ciudad de Buenos Aires donde viven 9.000 indígenas en más de 72 comunidades y 5.000 criollos.

El problema comenzó en los primeros años del siglo XX, cuando un grupo de ganaderos salteños ocupó las tierras hasta el momento habitadas por varias etnias aborígenes, la mayor de las cuales era la Wichi pero también Chorote, Tapieté, Chulupí y Toba. Los criollos ganaderos llegaban atraídos por la existencia de enormes pastizales, hoy prácticamente desaparecidos, reemplazados por un bosque empobrecido. Durante más de cien años, criollos e indígenas convivieron en una incómoda vecindad, mientras que nadie parecía interesado en regularizar una situación que se tornaba cada vez más difícil y donde ambos grupos competían en un proceso de degradación del bosque original.

La Constitución de 1994, al darle derechos formales sobre la tierra a los grupos indígenas, hizo revivir el conflicto latente que desembocó en 1998 en una denuncia de Lhaka Honhat, una asociación que nuclea a las comunidades, ante la Comisión Interamericana de Derecho Humanos, acompañada por Asociana y patrocinada por el CELS, proceso que continúa aún sin resolución. Poco después se unieron a los reclamos por la tierra otras ONG, entre ellas Fundapaz, que entendieron que el proceso de negociación, para que no terminara en una solución de “suma cero”, debía incluir tanto a indígenas como a criollos, y que la llave para el fin del conflicto estaba en que ambos grupos entablaran un diálogo, cosa que hasta el momento no se había producido y también que ambos adquirieran conciencia del territorio que habitaban. Jugó allí un papel fundamental la construcción conjunta de un mapa, producto de miles de puntos georeferenciados en el territorio donde se ubicaron cada uno de los grupos indígenas y cada una de las familias criollas con sus respectivas áreas de uso, ubicación de puestos, caminos y aguadas.

Del diálogo surgió la propuesta de dividir el extenso territorio en dos partes, una que se otorgaría en forma de propiedad comunitaria a los indígenas, mientras que la otra se daría en propiedad individual a las familias criollas, usando como criterios básicos la acreditación de sus derechos históricos, los lugares de uso tradicional, la cantidad de ganado y el accesos a los ríos. Por su parte la provincia de Salta, participante necesaria del diálogo, fue validando el proceso a través de diversos instrumentos legales como decretos de pre adjudicación, acreditación formal de derechos y reconocimiento de comunidades, a la vez que creaba una Unidad Ejecutora Provincial en el lugar. Con financiamiento de la Nación, la Provincia también se encarga de la mensura de las tierras, de los costos que significan algunas relocalizaciones de familias criollas fruto de los acuerdos y de obras de infraestructura básica como agua, caminos y escuelas, hasta la formalización de la entrega de las tierras, como lo demuestra la ceremonia de entrega de títulos.

Ante autoridades provinciales, nacionales, organizaciones indígenas y criollas del lugar se entregaron las primeras 42 escrituras finales por una superficie de unas 25.000 has. Un buen comienzo para un proceso que culminará en poco tiempo más con la entrega de la totalidad de estas tierras, donde indígenas y criollos podrán convivir en armonía. Este hecho está indicando que en el país los conflictos pueden solucionarse con el diálogo, siempre y cuando los participantes tengan la voluntad de hacerlo y la sociedad toda genere las condiciones para que dicho diálogo llegue a buen término.

Carlos Reboratti es geógrafo (UBA), Investigador del Conicet y presidente de Fundapaz

https://www.clarin.com/opinion/criollos-indigenas-tierras_0_BJbwFz0bZ.html

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